domingo, 23 de octubre de 2011

Descubrimiento de América

la visión europea del mundo

hacia fines del 1400 los conocimientos eran escasos y se mezclaban con creencias y supersticiones, esto se puede apreciar en los siguientes mapas:
el oficio de navegante era poco elegido, sólo por aventureros, valientes y deseosos de descubrir y obtener reconocimiento y riqueza




Como todas las culturas antiguas, los europeos, consideraban inicialmente que la Tierra es plana.

Otro peligro de la navegación hacia Occidente.




1. Antecedentes de la Conquista de América

ingresen a este radioteatro:



a) Factor económico: 

LA RUTA DE LAS ESPECIAS

Desde el siglo XI, como resultado de las Cruzadas, los europeos reclamaban ciertos productos a los que se habían acostumbrado desu contacto con Oriente. Entre ellos, las especias, utilizadas para condimentar los alimentos, también algunas plantas de uso medicinal. La ruta para llevar esos productos a Europa era conocida como la de las especias; partía del Océano Índico, llegaba al Golfo Pérsico y de ahí se trasladaba a Alejandría, Antioquía y Constantinopla (hoy Estambul), ciudad que servía enlace entre Oriente y Occidente y a través de la cual se hacían importantes transacciones comerciales. Cuando en 1453 cayó Constantinopla en poder de los turcos, la comunicación entre Europa y Asia quedó cortada y entre los europeos surgió la necesidad urgente deencontrar otras rutas hacia las riquezas comerciales de Oriente.






Relacionado con la búsqueda de nuevas rutas comerciales a Oriente que permitieran el intercambio 
de especias, oro y plata.





LA RUTA DE LOS PORTUGUESES


Los portugueses buscaban una ruta mas corta para llegar a Asia, empezaron a bordear África pensando que solo llegaba hasta el Sahara, pero despues vieron que África era más grande de lo que pensaban, y la ruta fue mucho mas larga de lo que ellos pensaban.



b) Factor Religioso: Se relaciona con la idea de extender la doctrina cristiana más allá de los límites de Europa. España había estado dominada por los musulmanes durante muchos siglos, por lo que el reino de España, unido bajo religión cristiana con los Reyes Católicos (Isabel de Castilla y Fernando de Aragón),

 tomó la expansión de la fe como bandera de lucha.El último bastión árabe, Granada, fue recuperado en 1492, coincidiendo con el viaje de Colón a tierras americanas.

c) Socio culturales: Vinculado con la mentalidad renacentista de la época (s. XIV-XV) marcada por el espíritu de aventura y curiosidad por descubrir nuevos territorios.También fueron motores impulsores del hombre de la época, el afán de gloria y de reconocimiento después de la muerte. 

d) Avances técnicos: Se relaciona tanto con el progreso de la ciencia geográfica en mapas y cartas de navegación, como con los avances tecnológicos de la época: las carabelas,
 la brújula, 



el astrolabio


 y el cuadrante,


 hicieron posible llevar a cabo viajes de larga duración como el de Colón a América.


Colón se reunió con Isabel la Católica en la primavera de 1489



La ruta del viaje







La leyenda dice así:
“Entre las fiestas con que obsequiaron a Colón los grandes de la corte, cuando volvió del primer viaje, fue una el banquete que le dio el cardenal Pedro González de Mendoza. El Almirante ocupaba el primer lugar y conversando durante la comida uno de los grandes sostuvo que si Colón no hubiera descubierto el Nuevo Mundo no habrían faltado hombres de talento y habilidad para ejecutar la misma empresa. Entonces Colón tomó un huevo y preguntó si alguno de los que estaban presentes sabría hacer que se mantuviera derecho sin ningún apoyo. Nadie pudo conseguirlo y Colón aplastando de un golpe los extremos del huevo logró que se mantuviese derecho sobre la mesa”.
Le dijeron entonces que aquello era muy fácil. Pero ¡a nadie se le había ocurrido hacerlo!. Al parecer, de ahí proviene esta expresión. La historia es de dudosa verosimilitud y seguramente sea sólo una leyenda.

sábado, 15 de octubre de 2011

La PATRIA peregrinante


Representado por una cinta festiva a 
modo de escarapela. Es una sutil
generada a través de la deconstrucción 
de los más importantes símbolos 
nacionales: los pabellones patrios.
La Bandera de Artigas ubicada en la 
parte inferior de la estructura, como 
base de la Independencia Oriental. En 
lo alto nacen las bandas de nuestro 
pabellón Nacional.
La alegoría representa de forma 
amigable el carácter festivo y solemne 
de la celebración.





Describiendo literariamente el desplazamiento de la columna, escribió Juan Zorrilla de San Martín: “La marcha es penosa y lenta. Unos van a caballo, otros a pié, los otros en vehículos más o menos groseros; carros destechados o cubiertos de cuero, rastras tiradas por caballos, acémilas cargadas... la carreta primitiva se mueve oscilante, dando tumbos y crujiendo; parece que, con sus ojos de madera y sus ruedas macizas, se lamenta dolorida, largamente, de la dura tracción de los bueyes. La patria peregrinante.








Llegados a Salto, dispuso Artigas el 14 de diciembre efectuar un relevamiento de las personas que integraban la columna, dando lugar al histórico documento conocido como Padrón de las Familias Orientales, en el cual aparecen 6.000 hombres como integrantes del ejército, más 4.435 civiles y 846 carruajes. En ese registro aparecen los apellidos de muchas familias patricias y muchos importantes personajes de nuestra historia; incluyendo el propio padre y dos hermanas de Artigas, la madre del Gral Juan Antonio Lavalleja, y los padres de Fructuoso Rivera. Es probable que el número total de personas alcanzara a 10.000.



 Nuestro Prócer
ARTIGAS ETERNO

NUESTROS SÍMBOLOS

Ceibo-   Escudo-  Bandera




jueves, 13 de octubre de 2011

  http://www.literatura.org/nav/litop.gif
Continuidad de los parques

http://www.literatura.org/Cortazar/Tcortaz.gif



   Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles.


 Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
    Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. 




 Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa.


http://blogsdelagente.com/blogfiles/utopiasreales/cont.jpg
 Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró.




 Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.


miércoles, 12 de octubre de 2011

CASA TOMADA

Dejemos llevar nuestra imaginación  por las palabras del autor...

un posible plano de la casa
ingresa y búscalo :






sábado, 1 de octubre de 2011

Más de Julio Cortázar


Continuidad de los parques
     Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. 


Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. 


Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos.


 El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
    Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. 



Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. 





Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.









de "Final de juego", Julio Cortázar 1956. © 1996 Alfaguara